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Hasta que reconozco quién soy realmente, mi vida puede ser gobernada por las cosas que temo. Puede ser mi miedo el que engendra mi miedo en un comienzo y un final.
Es el miedo a perderme a mí mismo el que puede perpetuar y alimentar mi impulso a sobrevivir y a continuar, y lo que más anhelo y temo es la ausencia de mí mismo.
Al temer la debilidad me esfuerzo por controlar, al temer la intimidad me esfuerzo por estar apartado, al temer la servidumbre me esfuerzo por ser dominante, y si temo ser ordinario intento ser especial.
Las cosas de las que puedo tener miedo son inacabables, porque si un miedo es vencido puedo tener otro en su lugar.
Si hay conciencia presente, el miedo se ve claramente como un obstrucción, una ansiedad futura nacida de un cliché de la memoria. Si la historia que engendra el miedo es desechada, descubro que todo lo que queda es una sensación física que es cruda y viva. Entonces deja de invadirme y ocupa tranquilamente su sitio en la existencia. Ocurre lo mismo con el dolor físico o emocional. Cuando ceso de poseerlo, me libero de su dominio y lo veo simplemente como es.
Si ceso de etiquetar el sufrimiento como "malo" y "mío", y simplemente lo admito como energía en una cierta forma, entonces puede comenzar a tener su sabor propio, el cual puede llevarme profundamente a la presencia.
La naturaleza del sufrimiento es que me habla profundamente de otra posibilidad. Al desear el placer y evitar el dolor, corto en dos la raíz misma de esa posibilidad.
Tony Parsons.